Eric Fromm

Tras siglos de filosofar el ser humano sobre el propio ser humano se atraviesa un recorrido ideológico inverso a la capacidad trascendente inherente en la persona. El fracaso para la humanidad del pensamiento ilustrado que deposita en la razón y el positivismo científico las respuestas para los grandes interrogantes de la vida hacen que se caiga a continuación en posturas nihilistas y relativistas para así sujetar el sentido de la existencia en el individualismo. Aspectos que se incentivan con el pensamiento postmodernista del siglo XX que inunda toda la esfera ideológica, social y política de nuestros días.

Dichos esquemas de pensamiento impregnan con total impunidad todo un conglomerado de terapias, coaching y espiritualidades que provienen de los últimos coletazos de la cultura New Age con ese halo de misticismo oriental que hacen el producto más atractivo por el hecho de no tener base científica, absoluta o referente. Pretendiendo salir a flote de ese nihilismo existencial y relativismo ético a base de cultivar un individualismo, cuyos efectos para la humanidad no hacen más que confirmar la influencia del existencialismo nihilista en nuestras vidas.

Pero la insatisfacción llega cuando un buen día alguien repara en que la ideología y la moral que hay detrás del individualismo son algo más que una posición filosófica, y forman parte de la estructura básica de la realidad que construyen. Esto es lo que está pasando en toda esa ola de coaching, PNL y terapias alternativas que tantas elevadas expectativas generan en los consumidores vulnerables de respuestas que trasciendan el dolor y sufrimiento con meros productos pseudopsicológicos que fomentan el egoerotismo o autoerostimo. Generando personas incapaces de lo erótico (solo establecen con los otros relaciones instrumentales) y del diálogo (lo dialógico se transforma en una lucha de poder); personas a quienes el compromiso, como vínculo y tarea de construcción de un mundo mejor, les será siempre ajeno, pues solo saben obedecer(se).

«Malos tiempos para la lírica…» pero buenos tiempos para la proliferación de este tipo de psicologías egoeróticas que pretenden, desde el vacío epistemológico, abanderar la consigna del «amaté a ti mismo». Es el coaching egoerótico que toda una legión de «salvapatrias» con más ego que amor vociferan con frases paulcohelistas donde la ética se ausenta bajo el principio de que el fin justifica los medios… Y aunque no hablen de fines, puesto que carecen del principio de la finitud, postulan en metas neoindividualistas el desencuentro y la banalidad de la existencia.

Y es que este tipo de psicología ha tergiversado el aforismo griego «conócete a ti mismo», inscrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos, sustentándolo en un nihilismo individualista repleto de expectativas de autosuperación que generan a la vez frustración y adicción en una ferviente masa de fieles que desean equilibrar su psique con eufemismos de lo que debiera ser un crecimiento y desarrollo psicológico de la propia personalidad.

Con lo que el recogimiento en sí mismo se pervierte con una mala interpretación del auto-conocimiento y deviene en un meterse en el ombligo de uno, olvidándose de todo y creyendo que el yo es la única fuente de dicho conocimiento. Desestimando lo que proclamaba Sócrates: que ese «conócete a ti mismo» es un conocimiento para hacer «polis», para comunicar con los demás, para abrirse al otro, que se contrapone radicalmente con ese escapismo narcisista.

El verdadero «conócete a ti mismo» busca la profunda transformación de la configuración personal, de modo que lejos de creer ser el ombligo del mundo y recogerse en la interioridad, sabe que la transformación es imposible si no es con los otros, a partir del nosotros y dentro del espacio público de la comunidad intersubjetiva. Porque es absurdo un posible conocimiento de sí como recogiéndose en una presunta interioridad que no sabemos donde habita, como si en esa interioridad encontrásemos los secretos, cuando realmente no hay modo de conocernos si no es en el otro y a través del otro. La existencia es un ser con, para y en relación al otro. El «conócete a ti mismo» es aprender a integrarte en los demás, aprender a ser quién eres para poder formar colectivo y para poder crear vínculo con el otro.

Somos un ser para el contacto y los lazos afectivos, lo que quiere decir inexorablemente que, si no entramos en contacto con los demás y nos vinculamos a algunas personas podemos morir (el peligro más extremo), desarrollarnos de manera deficitaria, social y hasta físicamente o, en el menor de los casos, sufrir emocionalmente por tener relaciones interpersonales inadecuadas y conflictivas. Somos animales de abrazos.

Pero a la psicología egoerótica lo único que le interesa es la ideología del auto: la autosuperación, el autorrendimiento, el autoemprendimiento, la autoestima, la autoayuda, el autolidérate, el autogestionate, el autoquiérete, el autotócate, etc. Creando individuos subjetivamente aislados del resto. En nombre de «llega tú a ser lo que eres, desarrolla todo tu potencial» lo único que potencia es un individuo incapaz de establecer vínculos.

Es totalmente válido poner mucho énfasis en la importancia de motivarse a uno mismo para pensar en aquello que se quiere conseguir y dedicar tiempo y esfuerzos a realizar «ejercicios mentales» para hacer que nuestros objetivos sean más realizables. No hay nada malo en elegir fijarse más en los factores mentales y subjetivos que en los factores objetivos externos que nos afectan en nuestro día a día. Son, sin más, preferencias acerca de cómo vivir la vida.

Pero dicho coaching egoerótico juega a hacerse pasar por algo parecido a una ley científica, o al menos a tiempo parcial, limitándose a fraccionar a su antojo diversos postulados de las neurociencias, la filosofía o la psicología. Concluyendo en un batiburrillo de supuestos que no solo no tienen ninguna base científica al fragmentarlos, sino que van en contra de prácticamente todo lo que sabemos gracias a décadas de investigaciones rigurosas y progresos en diferentes ciencias.

Además de no tener solidez empírica, la psicología egoerótica es en sí misma muy peligrosa: se infiltra en talleres «terapéuticos» y en estrategias para dinamizar equipos de trabajo, haciendo que las personas sobre las que se interviene sigan unas instrucciones basadas en ideas absurdas y puedan terminar peor de como empezaron. Tanto la PNL como las propuestas que nacen de la psicología espiritual han sido permeables al individualismo autoerótico, y la creencia de que la realidad es en esencia lo que uno mismo piensa alimenta una filosofía tan enajenada y egocéntrica que puede gustar mucho en ciertos sectores políticos y empresariales.

Esto hace que la psicología egoerótica y sus derivados en el coaching de moda sean algo más que el fruto de la pereza intelectual y el pensamiento mágico: también son un producto de marketing que puede tener consecuencias nefastas para la calidad de vida de las personas y de las sociedades. Pero, además de todo esto, tiene implicaciones políticas que alimentan un individualismo exacerbado. Niega la influencia que tienen sobre nuestras vidas todos esos factores que podemos considerar como ajenos a nosotros mismos y nuestra voluntad, y puede dar paso a una mentalidad que nos ciega ante lo que ocurre a nuestro alrededor. Es parte de un tipo de pensamiento con implicaciones perversas en un planeta en el que el lugar de nacimiento sigue siendo el mejor predictor para saber la salud y riqueza que va a tener una persona a lo largo de su vida. Bajo la defensa de lo individual los problemas sociales desaparecen como por arte de magia, pero no porque se hayan ido, sino porque deviene tanto ensimismamiento que imposibilita el encuentro con el otro desde la empatía especular consustancial al ser humano.

Y esto ocurre porque se genera una falta de conciencia crítica con claves y frases hechas que suplantan el pensamiento, múltiples lemas cortitos y sencillos de aprender que no hacen pensar a partir del lema sino a pensar como el lema. Se niega la primacía de la pregunta sobre la respuesta cuando esta cultura del coaching suprime el pensamiento con afirmaciones implantadas. No se enseña a hacer las preguntas que se desarrollan sin fin. Obvian que preguntar es tener la capacidad de percibir al socavar las respuestas dadas; pues mientras las respuestas nos esclavizan las preguntas nos liberan.

Al mismo tiempo procuran la distracción al sumergirnos en una multitarea que imposibilita el compromiso. Y en sustitución al compromiso formulan un utilitarismo para buscar el uso y saber el uso de los demás, conllevando relaciones instrumentales para cubrir necesidades. Construyendo personas utilitarias al conformar la identidad como la utilidad del qué pueden hacer, para qué sirvo yo; ¿cómo puede preguntarse una persona para qué sirvo yo? Confundiendo, así, la identidad con la utilidad.

Para estos coaches cada uno de nosotros está llamado a una búsqueda personal de descubrir su finalidad propia, cada uno buscar su camino. Se trata del humanismo individualista provocado por ese simulacro del pensamiento que un lema, una frase o una idea hace creer que se está pensando eso, cuando en realidad no se piensa eso sino que ha sido pensado desde el afuera. Foucault ya advirtió que nosotros somos lo que hemos llegado a ser y en gran parte lo que han hecho de nosotros. Estos procesos procuran hacer a uno un sujeto, pero si bien tú te crees que eres el sujeto, la persona activa que regula tu vida, sin embargo, tú estás sujetado, estás sometido a la figura que en ti han insuflado un sistema de costumbres, de roles, de normas, de principios ideológicos.

Procesos de subjetivación regulados por una ideología hegemónica del pensamiento positivo y el felicismo que tienden a la infantilización. Máxime cuando sabemos que el ser humano madura con la apertura hacia los demás, que el niño deja de ser niño cuando se da cuenta de que el mundo no se lo han puesto alrededor para servirle que es lo que sucede en ese proceso de infantilización regresiva. Etimológicamente, el término infantil viene del latín infans que significa «el que no habla», «sin palabra». El infantil es el que no sabe construir mundos porque tiene incapacidad erótica de relacionarse con el otro y de relacionarse con las cosas, porque al no tener palabra no puede crear mundo. Y lo que hacen es ser acríticos adoptando un lema que sustituye el pensamiento por lo escrito en el libro de moda de este tipo de psicología egoerótica.

Todo ello junto con mecanismos que coartan la necesidad existencial de apertura al sentido, que buscan simplemente que seamos una persona rentable y no excitable, obviando que el sentido puede encontrarse pero no darse. Cercenando la existencia con falta de conciencia crítica cuando impiden asombrarse, preguntarse, comprometerse y apasionarse. No dejando abrirse. Porque en estos procesos autoeróticos no hay formación, ya que si realmente hubiera formación habría transformación y trascendencia; pero en estos casos la única posible transformación es la deformación.

Como ya hizo Sócrates habrá que descubrir a estos nuevos sofistas que se limitan a dar respuestas. Habría que exigirles, al menos, que no inhiban o parcelen los flujos consustanciales de generación del ser humano, que no los socaven con imposiciones ideológicas, que posibiliten caminos y no levanten tabiques, que no confundan la individualidad con el individualismo, que asombren y no frustren, que la utilidad no inhiba la identidad ni el nihilismo el sentido, que no den respuestas y preserven la pregunta.

Tenemos que atrevernos a salir del yo. Abrirnos a la exterioridad y no ensimismarnos. Descubrirnos en el abrazo del encuentro con los otros.